Ella habita un espacio abierto, un lugar que se encuentra a millones de pies de altura, más aún si fuésemos hormigas.
Ella recorre con su mirada la apertura de su hogar, despierta sutilmente con la luz del sol que irradia desde los cielos.
Ella, tan cerca de tocar el mundo. Su color da vida al apacible paisaje, su color disuelve la incertidumbre del poderoso viento que la hace oscilarse. Su tallo en desequilibrio va recorriendo las montañas, sus raíces descienden rugosas hacia las profundidades y sus pétalos juegan con el sonar del frio.
Ella descubre el universo donde el tiempo es interminable, a su propio ritmo trasciende hacia los aires explayando su minuciosidad, mira atenta el majestuoso lago y retorna hacia las aguas conocidas. Allí se siente plena, allí brilla con su propia sombra y sus raíces absorben el elixir del sentir.
Ella, la flor, viaja.
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